Hace rato ya que sabemos que los certámenes deportivos, y
entre ellos los mundiales de fútbol en primer lugar, son hechos políticos.
Hechos que los gobiernos han intentado (y siguen haciéndolo) utilizar en su provecho. Sin ahondar demasiado
podemos señalar los juegos olímpicos de 1936 en los que Hitler intentó mostrar
al mundo entero las virtudes del régimen nazi y, más cerca, el mundial de
fútbol de 1978 en la Argentina.
Pero no parecer ser el caso de Brasil 2014. No digo que no
haya sido pensado así pero la rebelión estalló y, aunque uno hubiera pensado
que el conflicto se iría desinflando a medida que la cercanía del mundial se
acercaba, esto no sucedió.
Uno a uno se suman los sectores populares a la lucha. Las
marchas unen a trabajadores con estudiantes y a éstos con grupos campesinos y
comunidades aborígenes. También los iguala la represión que el gobierno descarga
sobre ellos. Dilma Rousseff anunció que no será tolerante con las protestas y evitó
hablar en la jornada inaugural por temor a la silbatina. No le sirvió de mucho:
también chiflaron su silencio.
Muchas cosas podríamos agregar, pero el arte de Crist logra una crítica impiadosa que es difícil de superar.
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