sábado, 14 de octubre de 2017

Pasado, presente y futuro

Ya he escrito en este blog algún texto sobre el “Día de la Raza” (pueden leerlo clickeando acá). Hoy, que el aniversario trae el tema de vuelta, busco la manera de referirme a él sin repetirme. Y arranco con un recuerdo infantil. De mi primaria en Bernal donde contábamos con la primera estatua levantada a Cristóbal Colón en Argentina. No por un miembro de la “raza española” como se podría prever, sino por un inmigrante genovés (como Colón) que se había hecho “la América” y poseía bruta estancia en la zona: Don Agostino Pedemonte.
El viejo monumento, los arcos de atrás y
la palmera son agregados posteriores


Pedemonte, ufano de su prosperidad, decidió homenajear a su compatriota y ordenó la construcción de una estatua en sus tierras. Cuando mucho después éstas se lotearon y vendieron, Colón terminó en una plazoleta cerca de casa y de la escuela (todo estaba cerca en Bernal) a la sombra de los plátanos.

Y ahí íbamos en solemne procesión para esta fecha. Salíamos de la escuela con nuestras maestras todos de la mano y homenajeábamos a  Colón in situ. El texto en italiano del pedestal me impactaba, especialmente la última frase: “Rinnova incessante sua dignitá”.

(Algún día comentaré mi otra excursión: a la casa del estanciero colonial Santa Coloma donde habían llevado a los Kilmes. Una ventaja de Bernal: Colón y los indios a mano).

Hoy esa celebración se antoja extraña y son otros los temas a evocar. Para hacerlo me respaldo en un discurso dicho este 12 de octubre en una escuela primaria, pueden leerlo acá.
Es el primer discurso pronunciado por un docente a punto de recibirse, mi hijo Juan. 
Otra generación que empieza a hacerse cargo de explicar, explicar y explicar.
Cumplí con el título: Pasado, presente y futuro


domingo, 1 de octubre de 2017

La sociedad de los "intelectuales" impotentes








Hace unos veintisiete años se estrenó en la Argentina la película “La sociedad de los poetas muertos”. En ella se relataba, de una manera naif y edulcorada, la experiencia de un profesor de literatura, Robin Williams, que “subvertía” la enseñanza de su asignatura en un colegio híper tradicional marcando una impronta indeleble en sus alumnos.
No faltó quien viera, en ese momento, un “modelo transgresor” a seguir en la educación argentina. La solución a los “problemas de la escuela media” (desde esa época y antes también en el lugar del déficit) pasaría, siguiendo a Robin Williams, por recitar poemas parándose en el escritorio o dar clase caminando por el parque.
Ya en esa época me parecía una gansada (uso este término porque este es un blog educativo).
¿A qué viene todo esto?  Sucede que hoy leo en Página 12 un reportaje a Darío Sztajnszrajber y Felipe Pigna titulado “El discurso escolar se dirige a un pibe que ya no existe más”. En él Darío S. plantea que El aula tradicional, para decirlo en términos nietszcheanos, ha muerto” y que su enseñanza de la filosofía hubiera tenido más éxito si le hubieran permitido hacerlo en una caminata emulando a Aristóteles.
Para no quedarse atrás Pigna sugiere incorporar el prisma del amor para explicar de qué manera la emocionalidad íntima influyó y determinó las acciones de esos próceres que el relato oficial inmaculó al punto de despojarlos de todo tipo de sentimiento más que el fastuoso “amor a la patria”. ‘Esos tipos del siglo XIX no eran muy diferentes a los que de carne y hueso que conocemos hoy. ¿Se piensan que no amaban, no extrañaban, no querían estar en pareja o tener relaciones sexuales? ¡Hablaría mal de esta gente si no hubiese sido así!’”
Estas consideraciones se suman a otras que muestran que hace rato que no saben qué damos los docentes en las escuelas, por ejemplo:
“en la enseñanza de la Historia en primarios y secundarios se omite el conflicto, porque se sostiene que el niño no está en condiciones de comprenderlo” (sic) o,

“La clave quizás esté en hacer coparticipar al alumno, […]De qué manera se pueden relacionar los contenidos del pasado con su presente, qué consecuencias generaron en su cotidianidad” (jamás se me hubiera ocurrido)

“El tango, ni hablar, pero antes la payada, un elemento que usó el anarquismo entre fines del siglo XIX y principios del XX para divulgar textos de Kropotkin o Bakunin entre obreros analfabetos. Es increíble cómo se han ignorado históricamente estas expresiones”, (sí, ¿quién alguna vez usó un tango como reflejo de época? ¡eh! ¿quién?)

Pero lo importante no es la impotencia de estos dos pseudointelectuales. Es su función deletérea de la escuela y justificadora de reformas antieducativas. Su conclusión es que hay que abandonar el espacio del aula porque “atrasa”, justo cuando el gobierno habla de plataformas virtuales, “facilitadores” y pasantías fuera de la escuela.
Darío S. intenta posar de “progre” y arreglarla un poco y señala que “Platón hablaba del hombre justo como una armonía entre sus dimensiones racionales e instintivas, y por añadidura esto se extendía a la polis, donde la injusticia residía, entre otras cosas, en la intromisión del mundo de la empresa o del comercio en las decisiones políticas”.
Por las dudas le aclaro, Darío S., que mis estudiantes de primer año aprenden que la injusticia en la polis residía en que una sociedad de hombres libres estaba basada en una pléyade de esclavos carentes de todo derecho y asimilados a “cosas”.
Como para que comprendan la “formalidad” de algunas “democracias” y puedan aplicarlo en el presente.


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