Ya
he usado alguna vez la frase de Eduardo Galeano: “todos,
toditos, tenemos algo que decir a
los demás”.
Lo interesante de esta época es que además tenemos los
medios. La alfabetización alcanza a una gran proporción de los seres humanos y
los medios virtuales para difundir nuestras ideas (o la falta de ellas) se han
generalizado. Hoy es común, entre las clases medias al menos, que recursos como
blogs, fotologs, el féisbuk, el tuiter, páginas uebs, ñusleters y demás, estén
al alcance.
Todos somos escritores. Cualquier perejil se sienta, nos
cuenta sus problemas estomacales y se siente un genio a 140 caracteres por
tuiteo.
Pero
hay gente que se toma esto de la escritura en serio. Para ellos va esta pequeña
historia.
Habla
de Isaac Babel, un escritor ruso que vivió entre 1894 y 1940. Pavada de época a
caballo de la Rusia de los zares y la creación de la Unión soviética. Murió
ejecutado por Stalin en una de sus purgas pero no es de esto de lo que queremos
hablar.
Al
igual que muchos de ustedes, Babel quería ser escritor, no le fue fácil, lo
dice en su autobiografía: “En ese año de 1915 empecé a llevar mis
creaciones a las editoriales, pero me echaban de todas partes. Todos los
redactores (el difunto Izmáilov, Possé y otros), me aconsejaban que me emplease
en alguna tienda”.
Babel
no se amilanó , insistió y llegó hasta Gorki. “El insertó mis primeros relatos en Létopis, en
el número de noviembre de 1916, él me enseñó cosas de extraordinaria
importancia” pero tampoco el gran Gorki fue condescendiente: “cuando se aclaró que mis dos o tres
tolerables experimentos de adolescente habían sido una casualidad, que con la
literatura no me salía nada y que escribía asombrosamente mal, me envió a que me mezclara entre el pueblo”.
Obediente (y revolucionario) Babel lo hizo: “Durante siete años —de
1917 a 1924— viví entre el pueblo. En ese período fui soldado en el frente
rumano, serví en la Cheka, en el Comisariado de Instrucción Pública, en las
expediciones de 1918 para acopio de alimentos, en el Ejército del
Norte contra Yudénich, en el Primer ejército de caballería, en el Comité
regional de Odesa, fui redactor en la imprenta número 7 de Odesa, periodista en Petersburgo y Tiflís, etc.”
Consiguió lo que quería:
“Sólo en 1923 aprendí a expresar mis pensamientos de manera
clara y sin explayarme mucho”.
Si quieren juzgar por ustedes, busquen en este link su
libro Caballería Roja