(Este posteo contiene una
recomendación, para evitar ansiedades la misma estará disponible hasta
principios de diciembre, como luego comentaré.)
Hay
preguntas que se les repiten a intervalos más o menos regulares a los
profesores de historia. Una es: ¿en qué época te/le hubiera gustado vivir?
La
respuesta no es sencilla. En primer lugar una cosa es que determinado momento
histórico sea interesante y otra que uno quiera ser protagonista del mismo.
Descartemos por obvias las épocas de guerras o desastres: puede ser la mar de
interesante conocer el proceso que llevó al genocidio de 1994 en Ruanda pero
ver cómo un millón de personas eran asesinadas (a veces a machetazos) en dos
meses por otro (mínimo) millón no resulta placentero.
Por
otra parte cualquier momento previo a mitad del siglo XIX trae aparejadas condiciones
(expectativas de vida, salud, comodidades, etc.) demasiado diferentes a las que
estamos acostumbrados.
Pero
el jueves pasado se me ocurrió una respuesta: la Rusia urbana de principios de
siglo XX debe haber sido un momento histórico disfrutable.
¿Por
qué? El mundo era joven. ¿A qué me refiero? Los rusos pensaban crear un mundo
nuevo. Políticamente es el período que va desde el soviet de Petrogrado a la
revolución de octubre. ¿Dije joven? Sí, los protagonistas lo eran. Trotsky, el
dirigente del soviet de Petrogrado, tenía 25 años en 1905. Fueron derrotados
pero la experiencia quedó plasmada al año siguiente en un libro brillante: Resultados y perspectivas. O sea, ¿Qué
pasó y cómo la seguimos? Es el preanuncio y el llamado a 1917.
Para
una generación de jóvenes rusos el mundo estaba por crearse. Kazimir Malévich
era otro de ellos. De la misma edad que Trotsky, puso en revisión el arte
occidental.
La
recomendación que tengo para hacerles es que vayan a ver su retrospectiva en la
Fundación Proa (como dije tienen tiempo hasta el 11/12).
En ella se puede
observar cómo Malévich ajusta cuentas con impresionistas, postimpresionistas,
simbolistas y futuristas. Pinta como todos ellos buscando una nueva expresión.
Será, en el lapso de pocos años, también expresionista. Malévich es una especie
de camaleón explorador. Todo el arte es sujeto a crítica hasta llegar en 1913 a
la obra que inauguró el Suprematismo: “Cuadrado
Negro sobre fondo blanco”.
Es que “El arte ya no quiere estar al
servicio de la religión ni del Estado; no quiere seguir ilustrando la historia
de las costumbres; no quiere saber nada del objeto como tal, y cree poder
afirmarse en la cosa (por lo tanto, sin la fuente válida y experimentada de la
vida), sino en sí y por sí”.
Malevich
no para. Escribe con el poeta Maiacovsky el manifiesto suprematista.
Sigue
pintando.
Es coautor de la ópera “La
victoria sobre el sol” junto a Mijail Matiushin (compositor pero también
pintor). Para ella realiza vestuarios y escenografía. En 1917 participa en la
revolución.
Un mundo nuevo se está creando
Y
en ese mundo nuevo pinta para todos nosotros “La carga del ejército rojo”.
Hasta
el 11 de diciembre está en la Boca, en Proa, 1er piso, al fondo. Es cuestión de
ir, sentarse, y mirarlo mientras se escucha a Rafael Alberti y Paco Ibañez