En
más de seis provincias no, hay paro. Tendría que haberlo en todas pero eso es
otra historia.
¿Y cómo arrancan donde arrancan?
Con los problemas de siempre: bajos
salarios, condiciones de trabajo y estudio deplorables, falta de insumos y
materiales didácticos a lo que se suma la situación planteada por la Nes:
pérdida de horas para los docentes, desarticulación de los equipos de trabajo,
degradación de los títulos, etc.
Mientras la educación pública sufre
estas privaciones, el estado subvenciona con ingentes recursos el negocio de la
educación privada: el único caso de una empresa particular en la que el
gobierno se hace cargo de los sueldos (o de un porcentaje alto) de los
trabajadores.
En estos días también empieza las clases
Daniel Scioli. Tiene que terminar una carrera universitaria. ¿Dónde? En la
Uade. En el 2013 se recibió Massa. ¿Dónde? En la Universidad de Belgrano. Macri
fue más aplicado: hizo el secundario en el Cardenal Newman y hace ya bastante
se recibió de ingeniero en la Universidad Católica.
La ministra de educación del menemismo,
Susana Decibe, mandó a sus hijos a escuelas privadas. El del kirchnerismo,
Daniel Filmus, hizo lo mismo. El ministro actual de la ciudad, Esteban
Bullrich, también.
La salud pública transita por igual
camino. La presidente no se atiende en el Hospital Argerich (donde funciona la
unidad presidencial) sino en el Sanatorio Otamendi.
Parece claro que la educación y salud
pública no son tenidas en cuenta por los sectores dirigentes.
Hace un par de años criticando esta
situación Martín Caparrós escribió: “Queridos gobernantes,
no todo pueden ser alegrías, ganancias extraordinarias, honores merecidos,
gratitud popular. Los cargos deben tener alguna carga. Y ésta será modesta pero
inflexible: se ordena, so pena de prisión y pedorreta pública, que todos los funcionarios
del Estado -de un nivel equis para arriba- manden a sus hijos y nietos, sin
excepción, a la escuela estatal más cercana”.
Tal vez así la educación pública mejorara.
La idea se convirtió en un proyecto de ley que incluía la
obligatoriedad de tratarse en el hospital público. La legislatura de la ciudad
de Buenos Aires nunca la trató.
Frente a tanta actitud deleznable, un ejemplo:
Florestán Fernándes fue un sociólogo brasileño, no uno más,
uno de los importantes.
En 1995 enfermó gravemente. Por su condición de figura
pública tuvo la posibilidad de saltearse el orden de los trasplantes. No lo
hizo.
Uno de sus alumnos, Fernando Henrique Cardozo, era en ese
momento presidente del Brasil. Cardozo le ofreció, sin gastos, un tratamiento
vip en el exterior.
Florestan Fernandes lo rechazó y exigió ser tratado por el
sistema de salud pública como ejemplo de lucha para su defensa.
Hay otros dirigentes. No todo es lo mismo.
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