lunes, 9 de marzo de 2015

Inicio de un nuevo año en la escuela.

En más de seis provincias no, hay paro. Tendría que haberlo en todas pero eso es otra historia.
¿Y cómo arrancan donde arrancan?
Con los problemas de siempre: bajos salarios, condiciones de trabajo y estudio deplorables, falta de insumos y materiales didácticos a lo que se suma la situación planteada por la Nes: pérdida de horas para los docentes, desarticulación de los equipos de trabajo, degradación de los títulos, etc.
Mientras la educación pública sufre estas privaciones, el estado subvenciona con ingentes recursos el negocio de la educación privada: el único caso de una empresa particular en la que el gobierno se hace cargo de los sueldos (o de un porcentaje alto) de los trabajadores.
En estos días también empieza las clases Daniel Scioli. Tiene que terminar una carrera universitaria. ¿Dónde? En la Uade. En el 2013 se recibió Massa. ¿Dónde? En la Universidad de Belgrano. Macri fue más aplicado: hizo el secundario en el Cardenal Newman y hace ya bastante se recibió de ingeniero en la Universidad Católica.
La ministra de educación del menemismo, Susana Decibe, mandó a sus hijos a escuelas privadas. El del kirchnerismo, Daniel Filmus, hizo lo mismo. El ministro actual de la ciudad, Esteban Bullrich, también.  
La salud pública transita por igual camino. La presidente no se atiende en el Hospital Argerich (donde funciona la unidad presidencial) sino en el Sanatorio Otamendi.
Parece claro que la educación y salud pública no son tenidas en cuenta por los sectores dirigentes.
Hace un par de años criticando esta situación Martín Caparrós escribió: Queridos gobernantes, no todo pueden ser alegrías, ganancias extraordinarias, honores merecidos, gratitud popular. Los cargos deben tener alguna carga. Y ésta será modesta pero inflexible: se ordena, so pena de prisión y pedorreta pública, que todos los funcionarios del Estado -de un nivel equis para arriba- manden a sus hijos y nietos, sin excepción, a la escuela estatal más cercana”.
Tal vez así la educación pública mejorara.
La idea se convirtió en un proyecto de ley que incluía la obligatoriedad de tratarse en el hospital público. La legislatura de la ciudad de Buenos Aires nunca la trató.
Frente a tanta actitud deleznable, un ejemplo:
Florestán Fernándes fue un sociólogo brasileño, no uno más, uno de los importantes.
En 1995 enfermó gravemente. Por su condición de figura pública tuvo la posibilidad de saltearse el orden de los trasplantes. No lo hizo.
Uno de sus alumnos, Fernando Henrique Cardozo, era en ese momento presidente del Brasil. Cardozo le ofreció, sin gastos, un tratamiento vip en el exterior.
Florestan Fernandes lo rechazó y exigió ser tratado por el sistema de salud pública como ejemplo de lucha para su defensa.

Hay otros dirigentes. No todo es lo mismo.

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