miércoles, 25 de noviembre de 2015

Lucy in the sky with diamonds


Debe haber sido a principios de los ’70 que empecé a leer sobre la evolución del hombre.  Todavía tengo uno de los primeros libros que compré en la librería de Aquiles, en Bernal: El testimonio fósil de la evolución humana de Le Gros Clark (Sir Wilfrid Le Gros Clak, ojo).
El libro en cuestión era de los años 50 y empezaba a quedar viejo para cuando lo leí, el antepasado más antiguo del hombre que presentaba era el Homo erectus que todavía aparecía con el nombre de Pitecanthropus. El tipo había vivido un millón de años atrás y en Java.
En los ’60 los Leakey desenterraron  al que llamaron Homo habilis. La humanidad (o por lo menos sus inicios) había envejecido de un saque otro millón de años y ahora su cuna era África.  En mi edición de Le Gros Clark todavía no figuraba.
Pero en 1974 un paleoantropólogo yanqui, Donald Johanson, volvió a desactualizar mis lecturas. El 24 de noviembre, en una campaña en el desierto de El Afar, en Etiopía (un hermoso lugar, cuando hace frío anda por los 30 y pico de grados) se topó con Lucy: un esqueleto femenino, bastante completo, muy antiguo y al mismo tiempo muy moderno.
Femenino por su pelvis, antiguo porque la datación lo llevó a 3,2 millones de años y moderno porque Lucy ¡caminaba erguida! Es decir, caminaba como lo haríamos luego nosotros, los de la especie Homo.  La historia de su descubrimiento está contada por Johanson y Edey en un libro que se convirtió en best seller: Lucy: el primer antepasado del hombre.

Lucy recibió el nombre científico de australopithecus afarensis. Pero para eso hubo que esperar que se pusieran de acuerdo respecto a su lugar en el árbol genealógico. En cambio el nombre que los Beatles habían pensado para su chica de ojos de calidoscopio la acompaña desde el primer día. 

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