martes, 13 de septiembre de 2011

El 11-S y el 13-S

No es un combate naval gigante. Hoy es el día del bibliotecario, el 13 de setiembre de 1810 Mariano Moreno anunciaba la fundación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, antecesora de la actual biblioteca nacional. Algo hay entre las revoluciones y las bibliotecas, y si no están convencidos pueden leer Lenin y la biblioteca. 
Pero no escribo esto sólo para que hoy saluden al bibliotecario más cercano. Tiene que ver el también con el 11-S.  Ese día del 2001 iba a publicarse "Estúpidos hombres blancos" de Michael Moore, un libro sumamente crítico con la administración Bush. Pero pasó lo de las torres gemelas y la editorial HarperCollins pensó que no era el mejor clima para andar publicando ese tipo de cosas. Tras dos meses de censura con el libro en los depósitos de la editorial Michael Moore lo contó en una reunión y...

“[…] Entonces sucedió algo milagroso. Sin saberlo yo, entre el público al que me había dirigido el 1 de diciembre en Jersey se hallaba una mujer que después de escuchar mis penas, decidió hacer algo al respecto. Era una bibliotecaria de Englewood, Nueva Jersey, llamada Ann Sparanese. Aquella noche, se fue a casa y se conectó a Internet para escribir una carta a sus amigos bibliotecarios, que colgó en un par de páginas dedicadas a temas literarios progresistas, en las que les contaba lo que HarperCollins planeaba hacer. Me riñó (al más puro estilo de las bibliotecarias) por no hacer público mi caso, pues no tení­a derecho a callar en el creciente clima de censura que empezaba a respirarse en el país y que afectaba a todo el mundo.
Cabe recordar que la nueva ley antiterrorista USA Patriot Act prohibía a los bibliotecarios denegar a la policí­a información sobre quién está leyendo qué. ¡Incluso podí­an acabar en la cárcel si contactaban con un abogado! Pese a esta atmósfera opresiva, Ann Sparanese pidió a todo el mundo que escribiera a HarperCollins y exigiera que pusiera a la venta el libro de Michael Moore. Y eso es lo que cientos y luego miles de ciudadanos hicieron. Yo no tenía la menor idea de que esto se estaba cociendo hasta que recibí­ una llamada de HarperCollins.
- ¿Qué les dijiste a los bibliotecarios? – inquirió la voz al otro extremo de la lí­nea.
- ¿De qué hablas? – le pregunté, desconcertado.
- Estuviste en Nueva Jersey y contaste todo a los bibliotecarios.
- No habí­a bibliotecarios en Nueva Jersey y… ¿Cómo sabes lo que dije?
- Está en Internet. Algún bibliotecario se ha empeñado en difundir la historia, ¡y ahora estamos recibiendo un montón de correo hostil por parte de los bibliotecarios!
Vaya, me dije. Los bibliotecarios son, sin duda, un grupo terrorista con el que uno no querrí­a enzarzarse.
- Lo siento –dije, apocado-. Pero te juro que comprobé que no hubiera prensa en la sala.
- Pues ahora ha salido a la luz, y no hago más que recibir llamadas del Publisher’s Weekly.
Pocos días después, PW citó una supuesta declaración de mi editor en la que afirmaba que yo rescribirí­a el libro (más tarde, éste lo desmintió rotundamente). Después de guardar silencio ante la prensa durante meses, esperando poder arreglar las cosas pací­ficamente, le conté a PW todo el viacrucis por el que habí­a pasado, así­ como que habí­a 50.000 copias de mi libro retenidas como rehenes en Scranton. Entonces, el periodista me habló de la bibliotecaria de Nueva Jersey que habí­a alborotado el avispero.
- No conozco a esa mujer –dije-, pero sea quien sea me gustarí­a agradecérselo.
La semana siguiente, después de que me convocaran a un encuentro con el alto mando enHarperCollins –en el que se me amenazó nuevamente con que mi libro «simplemente no puede salir al mercado con esa portada y ese tí­tulo»-, recibí­ una llamada de mi agente para comunicarme que el libro se pondría a la venta tal como estaba, sin un solo retoque. La editorial estaba mosqueada porque todo habí­a salido a la luz pública y ellos quedaban como censores (que es lo que eran). «¡Malditos bibliotecarios!» Dios los bendiga. No debería sorprender a nadie que los bibliotecarios fueran la vanguardia de la ofensiva. Mucha gente los ve como ratoncitos maniáticos obsesionados con imponer silencio a todo el mundo, pero en realidad lo hacen porque están concentrados tramando la revolución a la chita callando. Se les paga una mierda, se les recorta la jornada y sus subsidios y se pasan el día recomponiendo los viejos libros maltrechos que rellenan sus estantes. ¡Claro que fue una bibliotecaria la que acudió a mi ayuda! Fue una prueba más del revuelo que puede provocar una persona. […]”

¿No les dije? Saluden al bibliotecario más cercano, lo van a necesitar.

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