lunes, 11 de abril de 2011






No hay peor lucha que la que no se libra. De tanto repetirla, la frase se ha convertido en verdad indiscutible. Se la usa para incitar a los dubitativos y a los temerosos. Pero tal vez haya otra situación peor: la lucha que se entrega.
En eso pensé cuando leí el viernes el diario. Uno se acostumbró desde los primeros años de la dictadura militar a su presencia en la plaza, caminó calles y calles gritando junto a ella primero contra los milicos, después contra la amnistía, contra la ley del punto final y la obediencia debida, contra el indulto. No dejaba, dejábamos, pasar una.
No pensábamos igual pero compartíamos la vereda; y eso, mientras muchos defeccionaban, era importante.
La situación cambió. Hebe de Bonafini, “Hebe”-de ella hablaba-, pensó hace cinco años que Julio López se había ido por su cuenta. El jueves pasado dobló la apuesta, fue a un acto y dijo lo que no tendría que haber dicho: “Somos felices, nuestros hijos viven en Amado Boudou y Felisa Miceli”. Dos ministros de economía: un economista liberal que desfalca a los jubilados y piensa que la inflación sólo golpea a las clases medias y otra con barniz “progresista” que se tuvo que ir cuando no pudo explicar de dónde había sacado una bolsa con muchos billetes que encanutaba en el baño.
¿Nuestros compañeros viven en ellos? NO. Es un triste final para una luchadora.

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