miércoles, 27 de mayo de 2009

Aniversario

Ciento noventa y nueve años de la revolución de Mayo. Tratamos de enseñar la historia a través de la comprensión de los procesos que fueron conformando las distintas sociedades. Y a veces se nos extravían en el camino los protagonistas. Que no actúan por fuera de las condiciones históricas en las que vivieron pero que modificaron esas condiciones históricas con su presencia y acción.
Así 1810 es impensable sin Juan José Castelli, el orador de la revolución. El caudillo del Cabildo del 22 de mayo. El interventor del Ejército del Norte cuando este flaqueó en Córdoba en su primera misión y puso en peligro todo. El que se animó a enfrentar a sangre y fuego a la contrarrevolución dirigida por Liniers. El que eliminó la servidumbre indígena que llevaba trescientos años en el Alto Perú.
Castelli fue temido y criticado por los que no estaban a su altura, por los que discutían las formas cuando lo que querían modificar era el contenido de la revolución. Andrés Rivera retrató su figura en una novela imprescindible: La revolución es un sueño eterno.
Un contemporáneo y compañero de luchas, Nicolás Rodríguez Peña, lo defendió como a Castelli le hubiera gustado:
“Castelli no era feroz ni cruel. Castelli obraba así porque así estábamos comprometidos a obrar todos. Cualquier otro, debiéndole a la patria lo que nos habíamos comprometido a darle, habría obrado como él... Repróchennos ustedes que no han pasado por las mismas necesidades... Que fuimos crueles. ¡Vaya con el cargo! Mientras tanto, ahí tienen ustedes una patria que no está ya en el compromiso de serlo. La salvamos como creímos que había que salvarla... nosotros no vimos ni creímos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo que hicimos. Arrójennos la culpa a la cara y gocen los resultados... nosotros seremos los verdugos, sean ustedes los hombres libres."

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