Bajo el título Tesoros
hallados en la Biblioteca del Maestro, el escritor Guillermo Martínez publicó
hace unos días la nota que sigue en Clarín. Léanla. Y tengan en cuenta una de
las más hermosas bibliotecas de Buenos Aires, la biblioteca del Maestro. La mayoría la conoce del lado de afuera, ya que está en el Palacio Pizzurno, el mismo edificio del Ministerio Nacional de Educación, sitio tradicional de reclamos. El adentro vale también la pena.
Acá va la nota:
"Por una derivación
imprevista de una novela que escribo, quise leer las investigaciones de Jean
Piaget sobre la formación de la inteligencia en los niños. ¿Dónde encontrar sus
libros, que son decenas y decenas, medianamente reunidos, para seguir la pista
que me interesaba? El oráculo de internet, interrogado, señaló de inmediato la
Biblioteca del Maestro, con 76 títulos.
Allí fui y con sólo mostrar mi documento me fue franqueada
la entrada al santuario. No diré nada sobre la serena majestad de esta
biblioteca, porque ya lo dijo todo Borges en el prólogo de El Hacedor. Todavía, en un tiempo conservado
mágicamente, “se perfilan los rostros momentáneos de los lectores, a la luz de
las lámparas estudiosas”.
En un anaquel de un entrepiso, pacientemente ordenados por
un bibliotecario longevo, o quizá por generaciones de bibliotecarios, estaban
todos los libros que buscaba. Los fui llevando de tres en tres a una de las
mesas. Pasaron las horas, y cuando fui a devolverlos me salió al paso, dejado
junto a mi pila por algún otro lector, como una clave que no debía desatender, un
libro de una belleza imperiosa: Las maestras de Sarmiento. Leí hasta que se hizo de noche esa
historia al borde de lo fantástico, con heroínas y mártires, y con algo de
tragicomedia, que cuenta con rigor y sutileza Julio Crespo. El pequeño milagro
que acababa de experimentar: que aún exista una biblioteca así, que hubiera
encontrado reunidos los libros de un autor suizo a lo largo de un siglo,
dependía, comprendí entonces, de otra serie de prodigios: que un hombre de
nuestro país en guerra concibiera la idea de que el principio de todo era la
educación de los niños. Que se hubiera encontrado en un viaje con Horace Mann y
su esposa Mary Peabody, los pioneros infatigables de la educación pública en
los Estados Unidos. Que al llegar a la presidencia ese hombre no se olvidara de
aquella primera convicción y luchara por traer el grupo inicial de maestras
norteamericanas para fundar la educación pública.
Sarmiento, Mann, Peabody, Piaget. El milagro
ininterrumpido."
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