Es así. La gente hace cosas raras. En la Falcone, por
ejemplo, se les ha dado por circular por los pasillos con tubos gigantes
ornados de grullas u hojas otoñales. El objetivo confeso que anima a dichas
personas es atrapar algún incauto y “susurrarle” a dúo. Lo pueden ver en la
foto al profesor Lucero en ese trance.
Debo decir que yo también caí en sus
redes. Se me ofreció, cual condenado, elegir a ciegas un texto y luego…el
susurro.
Resulta imposible
entrecerrar los oídos como si fueran ojos, pero la sensación es similar,
palabras que se deslizan como barcos en la bruma.
Y no está mal que en un lugar
en el que uno lucha porque las cosas sean claras a veces se deje llevar por la
sugestión de voces lejanas.
Susurradores, gente que hace de la palabra un juego, que le
devuelve al lenguaje una función antigua, mágica. Ya así lo pensaron los
latinos cuando inventaron la palabra: susurrus, la onomatopeya de lo dicho
entre el silbido del viento.
No están solos los susurradores. Un día antes de ser “susurrado”
me cruce con una exdocente de la escuela en la facultad. Preparaba yo una clase
en la sala de profesores rodeado de libros. Mónica me sonrió, me alcanzó El
pozo de Onetti al tiempo que me decía: Abandoná la historia, lee historias (en
inglés no hay confusión, usan history para un caso y story para el otro). Le
agradecí el obsequio. Me gusta Onetti.
Es así. Hay gente rara, gracias a ellos tuve dos regalos en
la misma semana. Aprovéchenlo ustedes
también
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