Leí a Saccomano por primera vez en las páginas de D’Artagnan cuando escribía Sam Malone, un detective con guiños hacia el policial negro. Después el nombre de su personaje (y su propia estampa con algo de caricatura) lo usó Trillo para que Altuna dibujara al amigo del Loco Chávez (Trillo era el modelo para el Loco).
Pero eso es historia antigua. Saccomano abandonó la historieta (después de hacer con Mandrafina, El condenado, una joya a leer también) y se dedicó a escribir denserio.
El 21, después del sol, empecé a leer su último libro, Un maestro, la historia de su compañero de colimba el Nano Balbo. El propio Saccomano cuenta así dónde y cuándo comenzó todo:
Al salir de la colimba el Nano y yo, como tantos pibes que habíamos compartido aquel año y medio de confinamiento en un cuartel en la Patagonia, nos perdimos. En los años de la dictadura alguien me comentó que el Nano estaba desaparecido. Y eso creí. Que estaba desaparecido.
Hace tres años, en invierno, en una feria del libro de San Martín de los Andes, se me acercó un maestro. "Te manda saludos el Nano Balbo", me dijo. Me sorprendí. "Santiago Balbo", dije. "Orlando", me corrigió. "El Nano", dijo. "Al menos para nosotros es el Nano." "Está vivo", atiné a decir. Le pedí su teléfono. "Te lo doy", me dijo, "pero no vas a poder hablar: está sordo. Quedó sordo de la tortura", me contó. "Mejor ponele un mail."
El libro en cuestión arranca de esta manera con la voz del Nano:

Y cuando un libro empieza así, me dan ganas de seguir. Se los recomiendo
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