Hoy, 24 de agosto, es el Día del lector.
Cumpleaños de Jorge Luis Borges, que se ganó la conmemoración cuando dijo que
prefería jactarse de los libros que había leído más que de los que había
escrito (no estoy seguro de que sea por esto que eligieron el día pero esta
frase lo justificaría)
Ya he dejado constancia en este blog de
la importancia que doy a la lectura. Una actividad que nos permite superar los
límites espacio-temporales al entrar en contacto con el pensamiento de personas
de tiempos y lugares remotos. Y también he señalado con imágenes y anécdotas la
compulsión lectora que anima en muchos de nosotros. Y a contramano de quienes
opinan que la lectura está en retroceso observo cómo la palabra escrita invade
nuestra realidad a través de las nuevas tecnologías. Esas personas inclinadas
sobre sus celulares revisando sus féisbuk, ¿no están “leyendo” acaso? ¿Y cuántos
tuits se intercambian (y leen) diariamente?
Mientras escribía en mi cabeza este
posteo pensé en uno de esos comportamientos obsesivos que poseemos los
lectores: mirar bibliotecas ajenas. Una biblioteca es un retrato de la persona
que la ha armado. ¿Qué lee? ¿Qué leyó? ¿Cómo ordena sus libros si es que lo
hace? Y no sólo me refiero a las bibliotecas físicamente a nuestro alcance. ¿Cuántas
veces en una película o programa de televisión uno se descubre tratando de
descifrar a través de los lomos el nombre de los libros?
Hace un tiempo me vi en una de esas
situaciones. Estaba leyendo un artículo ilustrado con una foto de un hombre ayudando a un
chico (presumiblemente padre e hijo) a andar en bicicleta.
Pero mi vista se desvió rápidamente a un
personaje secundario: un homeless sentado en el piso.
¿Qué llamó mi atención?
Que leía.
Amplié la foto lo que pude. Había una imagen de la contratapa del
libro. ¿Descubriría quien era? No tardé mucho en reconocer la cara de Norman
Mailer. ¿El libro sería Los desnudos y los muertos, su novela sobre la segunda
guerra mundial que lo hizo famoso? ¿O alguna de sus biografías: Marilyn Monroe,
Picasso? Tal vez una de sus diatribas sobre la guerra de Vietnam. Imposible
saberlo.
Pero de algo estoy seguro, a Norman Mailer le hubiera encantado la
imagen y con su experiencia de periodista no hubiera dudado en sentarse junto
al homeless y recabar su parecer sobre el libro.
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