La historia
es conocida: una guerra que ya lleva veinte años consume a dos pueblos. Nada
detiene el ímpetu bélico de los hombres. Ni siquiera ver como el deterioro
social y económico aumenta. Hasta que una mujer, hastiada, asume un
protagonismo inusual y declara la huelga sexual. Reúne a compatriotas y
enemigas e impone un plan: excitar a sus maridos pero negarse a acostarse con
ellos hasta que firmen la paz.
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Lysistrata por Aubrey Beardsley |
El acuerdo
no es fácil de alcanzar. Vencer las resistencias de las más débiles tampoco. La
solución: tomar un edificio central y encerrarse en él. Los hombres, desesperados
por la abstinencia, atacan pero no consiguen doblegar a las mujeres.
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Y por Picasso |
Los varones
terminan por rendirse, las mujeres pasarán a ocuparse de los asuntos
importantes.
Es la
historia de Lysístrata (aquella que disuelve ejércitos, en griego), la primera
que declaró una huelga de mujeres. Una historia contada y representada una y
mil veces. Yo la ví en tiempos de la dictadura (época difícil para representar
rebeliones) en un teatro de San Telmo en la versión de mi profesor de
literatura del secundario, el gran Patricio Esteve.
Pero fue
Aristófanes, un griego del 400 antes de Cristo, el que primero avisó del
potencial revolucionario de las mujeres cuando salen de sus casas.
Hoy muchos
pudieron comprobarlo.
(Un comentario final: la obra de Esteve se estrenó en 1980 en momentos en que el ministro de Interior de la dictadura, Harguindeguy, proponía iniciar un "diálogo" político con algunos sectores. Esteve incorpora el siguiente diálogo entre dos personajes que no existían en la versión de Aristófanes:
Adiké: ¿Los arresto, señor?
Magistrado: ¡No seas estúpido! El diálogo es siempre bienvenido
. . . y sobre todo, ¡porque hace perder tiempo)
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