Así comenzaba la proclama de los miembros del Cabildo de Buenos Aires ese 22
de mayo de 1810. Y continuaba: “Las
últimas noticias de los desgraciados sucesos de nuestra metrópoli, comunicadas
al Público de orden de este Superior Gobierno, han contristado sobre manera
vuestro ánimo, y os han hecho dudar de vuestra situación actual y de vuestra
suerte futura.”
¿Cuáles eran esos “desgraciados sucesos” de la metrópoli? Dos años antes Napoleón
había invadido el reino de España. El rey había abdicado, su sucesor estaba
encarcelado, el pueblo se rebelaba en las calles y era reprimido. Goya lo dejó
plasmado en uno de sus más famosos cuadros.
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Los fusilamientos del Monte Pío, de Francisco Goya |
Pero en 1810 el último foco de resistencia, la Junta de Sevilla, había
caído en manos del ejército francés.
Buenos Aires bullía de agitación ante la noticia. Reclamos de asambleas se
extendían por la ciudad. Los cabildantes salieron al cruce para evitar males
mayores. Tenían “el permiso” del virrey para reunirse.
Hicieron hacer y enviar 450 invitaciones para la sesión del cabildo abierto
del 22 de mayo. Pero quien imprime 450 puede imprimir más, y repartirlas entre
sus partidarios, y desalentar a los contrarios.
El caso es que ese 22 aparecieron unos 250 vecinos, nada más, por el
Cabildo. Algunos se excusaron: el día estaba horrible y andar por las calles
embarradas se complicaba, aunque la mayoría no vivía a más de diez cuadras.
La discusión fue dura, se planteaba la renuncia del virrey y su reemplazo
por una junta de gobierno. Los cabildantes, partidarios del virrey, advertían: “…meditad
bien sobre vuestra situación actual, no sea que el remedio, para precaver los
males que teméis, aceleren vuestra destrucción. Huid siempre de tocar en
cualquiera extremo, que nunca deja de ser peligroso; despreciad medidas
estrepitosas o violentas, y siguiendo un camino medio, abrazad aquel, que sea más
sencillo y más adecuado, para conciliar con nuestra actual seguridad, y la de
nuestra suerte futura, el espíritu de la Ley y el respeto a los Magistrados”.
La posición de los revolucionarios era
otra, Moreno lo escribiría poco después en el Plan Revolucionario de Operaciones: “La moderación fuera de tiempo no es cordura, ni es una
verdad; al contrario, es una debilidad cuando se adopta un sistema que sus
circunstancias no lo requieren; jamás en ningún tiempo de revolución, se vio
adoptada por los gobernantes la moderación ni la tolerancia; el menor
pensamiento de un hombre que sea contrario a un nuevo sistema, es un delito por
la influencia y por el estrago que puede causar con su ejemplo, y su castigo es
irremediable.
Los cimientos de una nueva república nunca se han cimentado sino con el rigor y
el castigo, mezclado con la sangre derramada de todos aquellos miembros que
pudieran impedir sus progresos”
Ya sabemos que pasó: empezaba
la revolución.