Vivimos apropiándonos de la tecnología. A veces nos cuesta
más, a veces menos. Pero hacerlo significa incorporar lo nuevo a nuestro
anterior mundo. Y entonces se producen extrañas combinaciones.
Artefactos de vidrio de Tierra del Fuego |
Cuando trato de explicarlo en una clase siempre uso el ejemplo de los cazadores-recolectores
de Tierra del Fuego. Durante miles de años los selknam y yámanas se contentaron
con la materia prima que había en la isla para hacer sus herramientas o se
procuraron mediante intercambios con gentes lejanas la obsidiana, el “vidrio
volcánico” que les aseguraba una factura mucho mejor. Pero un día apareció el europeo
y el vidrio de botella: un material mucho más fácil de trabajar. Imagino a esos
talladores anónimos fascinados con esa nueva materia prima que rápidamente
incorporaron a su vieja tecnología.
El segundo ejemplo que viene a mi mente es el de Abelardo
Castillo, un escritor que me gusta y no me canso de recomendar. En una
entrevista contó cómo se había amigado con la computadora con la que escribía.
El pasaje de la máquina a la pc le había resultado traumático. En la primera lo
escrito tenía existencia material, estaba allí, en el papel. En la segunda,
bastaba un error, una tecla incorrectamente elegida para que todo el trabajo
desapareciera irremediablemente.
¿Y cómo se reconcilió? Su máquina andaba lenta, el técnico
le dijo que el problema se debía al recalentamiento. A Castillo eso le agradó.
Él podía solucionarlo: tomó su taladro y
agujereó a discreción el gabinete. Una vieja solución para nuevos problemas. La
máquina tenía, al menos, un costado
cognoscible.
El jueves pasado encontré otro ejemplo, y me apuré a
fotografiarlo. Mi alumno Juan, repositor de supermercado, se inclinaba sobre
sus rodillas y actuaba cómo si tuviera una Tablet. Pero yo sólo veía un cartón
corrugado. Me acerqué. Véanlo por ustedes mismos: una Tablet de última
tecnología con una funda hecha de cartón.
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