Di mis primeras clases en 1981. No había necesidad
de explicar qué era la dictadura, estaba ahí, omnipresente.
Retomé como tema la
guerra de Malvinas numerosas veces con alumnos que la recordaban. Pero al
tiempo, la dictadura y Malvinas se habían convertido en hechos históricos tanto como
el primer gobierno de Perón o la revolución industrial. Los que los estudiaban
no los habían vivido y por tanto les eran lejanos, sino en el tiempo, sí en
la experiencia.
A su debido momento, me pasó con Alfonsín, Semana
Santa, la Tablada, el menemismo y tantos otros. Hechos de mi vida ya eran históricos.
Y, puesto a recordar un día
como hoy hace trece años, me doy cuenta que mis interlocutores más
“experimentados” no habían ingresado al jardín de infantes en esa época.
¿Cómo transmitir entonces la experiencia? Sí, cayó
De la Rúa, el poder político tembló durante meses. El primer presidente echado
por el pueblo.
El Argentinazo.
Hay
fotos, filmaciones, se escucha el entrechocar de cacerolas, el “que se vayan
todos”.
Pero los ríos de gente avanzando hacia la plaza, la sensación que todos
somos uno, que el tiempo histórico se ha
detenido un momento y que todo puede suceder a nuestro paso, que el “orden
natural de las cosas” se ha subvertido es sólo asequible a quienes lo protagonizaron.
¿Qué transmitir entonces en una clase?
Que vivir
implica protagonizar, nada más, nada menos.