martes, 29 de mayo de 2012

Especial para escritores (y todo aquel que esté dispuesto a expresarse, de una u otra manera)


Ya he usado alguna vez la frase de Eduardo Galeano: todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás.
Lo interesante de esta época es que además tenemos los medios. La alfabetización alcanza a una gran proporción de los seres humanos y los medios virtuales para difundir nuestras ideas (o la falta de ellas) se han generalizado. Hoy es común, entre las clases medias al menos, que recursos como blogs, fotologs, el féisbuk, el tuiter, páginas uebs, ñusleters y demás, estén al alcance.
Todos somos escritores. Cualquier perejil se sienta, nos cuenta sus problemas estomacales y se siente un genio a 140 caracteres por tuiteo.
Pero hay gente que se toma esto de la escritura en serio. Para ellos va esta pequeña historia.
Habla de Isaac Babel, un escritor ruso que vivió entre 1894 y 1940. Pavada de época a caballo de la Rusia de los zares y la creación de la Unión soviética. Murió ejecutado por Stalin en una de sus purgas pero no es de esto de lo que queremos hablar.
Al igual que muchos de ustedes, Babel quería ser escritor, no le fue fácil, lo dice en su autobiografía: En ese año de 1915 empecé a llevar mis creaciones a las editoriales, pero me echaban de todas partes. Todos los redactores (el difunto Izmáilov, Possé y otros), me aconsejaban que me emplease en alguna tienda”.
Babel no se amilanó , insistió y llegó hasta Gorki. El insertó mis primeros relatos en Létopis, en el número de noviembre de 1916, él me enseñó cosas de extraordinaria importancia” pero tampoco el gran Gorki fue condescendiente: “cuando se aclaró que mis dos o tres tolerables experimentos de adolescente habían sido una casualidad, que con la literatura no me salía nada y que escribía asombrosamente mal, me envió a que me mezclara entre el pueblo”.
Obediente (y revolucionario) Babel lo hizo: Durante siete años —de 1917 a 1924— viví entre el pueblo. En ese período fui soldado en el frente rumano, serví en la Cheka, en el Comisariado de Instrucción Pública, en las expediciones de 1918 para acopio de alimentos, en el Ejército del Norte contra Yudénich, en el Primer ejército de caballería, en el Comité regional de Odesa, fui redactor en la imprenta número 7 de Odesa, periodista en Petersburgo y Tiflís, etc.”
Consiguió lo que quería: 
“Sólo en 1923 aprendí a expresar mis pensamientos de manera clara y sin explayarme mucho”.
Si quieren juzgar por ustedes, busquen en este link su libro Caballería Roja


sábado, 12 de mayo de 2012

¡Quemá esa foto!


Todos hemos tenido alguna vez la sensación de estar mandándonos una cagada que va a tener consecuencias. El castellano no tiene una palabra (o por lo menos yo no la conozco) para designarla pero que no exista la palabra no niega la realidad.
¿Habrá sentido algo así Hugo Yasky cuando lo fotografiaron en compañía del “buchón” y “servicio” Gerardo Martínez? No lo sé. Lo que me queda claro es que alguien se avivó de que hay compañías de las cuales mejor no alardear. Hasta un blog sencillito como éste lo había mandado en cana a Yasky hace unos meses (ver entrada
De última uno puede tirar la foto pero el caso es que la parte de la presidente y la anfitriona internacional garpaba así que el diagramador de la revista de la CTA (Central de Trabajadores Argentinos) recurrió al fotoyop y ¡chau Martínez!

No es la primera vez que se hace, (Stalin con medios más precarios “borró” a Trotsky de las fotos de la revolución rusa) pero asombra la torpeza. 
Y el reconocimiento de la falta. 

martes, 8 de mayo de 2012

Tire, tire papelitos...

Hoy murió Caloi.
El creador de Clemente, nada menos. Mi inicio como lector de diarios es apenas un poco anterior a su aparición en la última página de Clarín. Y lo seguí casi cuarenta años.
Lo consumí también como padre cuando, chicos mis hijos, no nos perdíamos Caloi en su tinta. Y volveré a verlo en el cine cuando vaya en busca de Anima Buenos Aires: su último trabajo recién estrenado.
De los muchos recuerdos elijo uno. Él, Carlos Loiseau, tenía unos treinta años cuando desafió a uno de los más miserables apologistas de la dictadura, el "relator de América", el "Gordo" José María Muñoz. El mismo que en ocasión de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979 llamaba desde las canchas de fútbol a presionar a los familiares de desaparecidos que hacían cola en Av. de Mayo al 700 para presentar sus denuncias.
En 1978 Muñoz era el relator del mundial y estaba en el apogeo de su fama. Su palabra era ley en los estadios.  Y a las muchas, jodidas, prohibiciones de la época, agregó otra, pedorra: la de no arrojar papelitos en las canchas "¡¡porque podían lastimar a los jugadores!!, "porque daba mala impresión", eso en un país que aspiraba a mostrarse derecho y humano mientras se torturaba y asesinaba en las penumbras y a plena luz.
Caloi se burló desde el humor. Clemente llamó a la resistencia y los papelitos inundaron las canchas en respuesta.
A veces pequeños espacios permiten respirar.
Gracias por ése, Caloi.

viernes, 4 de mayo de 2012

Para artistas

Lo que están viendo es una ilustración de Santiago Caruso para un libro de Alejandra Pizarnik, "La condesa sangrienta". Se acaba de inaugurar la exposición de todo ese material. Dibujo y poesía, poesía y dibujo, ¿se lo van a perder?
¿Donde? En el Museo Larreta, allá en Belgrano. Clickeen en el link para tener más información.
Vayan.
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